Las cuestiones que se están abordando en el Sínodo de Obispos son objeto de un amplio debate en el seno de la iglesia católica y requieren un replanteamiento y una reformulación en respuesta a los desafíos de nuestro tiempo. No es suficiente un revoque de fachada. Es necesario un cambio de paradigma que supere el carácter represivo, el dualismo antropológico y la heteronormatividad que caracteriza a la moral católica.
Las cuestiones relativas a la sexualidad, la familia, el matrimonio, el acceso al ministerio sacerdotal, etc. no pueden ser abordadas solo por los obispos, únicos que tienen capacidad de decisión en este Sínodo y en el magisterio de la Iglesia. Afectan a todas las personas y colectivos católicos, que tienen derecho a participar en los debates a expresar libremente sus opiniones y a decidir en temas que afectan directamente a su vida, a su experiencia religiosa, a sus relaciones humanas.
En estas cuestiones relacionadas con la familia, el matrimonio, la sexualidad, la jerarquía católica, hasta ahora, ha dado respuestas del pasado a preguntas del presente y se ha quedado anclada en un paradigma tradicional que no se corresponden con los cambios producidos en la sociedad y en la teología. Esos planteamientos están provocando una pérdida de credibilidad y un alejamiento cada vez mayor de las instituciones católicas.
En varias Iglesias cristianas se han dado pasos adelante en materias como el divorcio, las diferentes orientaciones, opciones e identidades sexuales, el acceso al ministerio ordenado a las mujeres, el matrimonio de los sacerdotes, etc. Creo que son un ejemplo del camino a seguir por la Iglesia católica.
Si no se producen cambios en estas materias, será la propia jerarquía católica la que se habrá hecho el harakiri y no podrá responsabilizar a otras instancias de su fracaso.
Juan José Tamayo